Desde hace más de 20 años, cuando cambió la legislación que limitaba la actividad vitivinícola a la región de Cuyo, comenzaron a reflotarse proyectos que habían quedado pendientes, sobre todo el de explorar nuevas zonas.
Así, aunque todavía incipiente, comenzó a desarrollarse la vitivinicultura costera, algo novedoso en Argentina.
La única existente por ahora en la costa bonaerense se originó en la bodega Trapiche, del Grupo Peñaflor, de las más importantes del país con fuerte inserción y aceptación en el mercado internacional.
En Chapadmalal, a 30 kilómetros de Mar del Plata, en un sitio cercano a la zona marítima, se desarrolló Costa & Pampa Trapiche, la primera bodega de la Costa Atlántica Argentina.
Fue así que se comenzó a difundir el término “vinos oceánicos” y se fueron conociendo otras experiencias, como los “viñedos con vista al mar” en Bahía Bustamante, pequeña localidad costera de la provincia de Chubut.
En ese paisaje privilegiado, de playas de arena blanca, agua cristalina y atardeceres mágicos, un grupo de amigos se propuso hacer vinos y se lanzaron al desafío.
Convocaron al reconocido enólogo mendocino Matías Michelini quien dio el visto bueno para empezar a producir lo que llaman “vinos de playa”.
Influencia marina
La experta bahiense Julieta Quindimil, de amplia y destacada trayectoria en el rubro, afirma que lo correcto sería mencionarlos como “vinos de influencia marina”.
Lo explica: “Vinos oceánicos es la denominación más difundida, está bien, pero al viñedo no lo plantás en el medio del océano. No es solo el suelo, es el lugar, es el aire, las precipitaciones, la amplitud térmica que tenga el lugar, las pendientes donde está implantado. Entonces, se trata de una influencia”.
Para ella, un buen ejemplo es el recién mencionado de Playa Bustamante: “En ese caso se habla de ‘vino de playa’, que es uno de los factores, pero otro es que está implantado en arena, que debajo tiene napas de agua salina. Por eso lo correcto sería mencionarlo como ‘de influencia marina’”.
¿Viñedos en Monte?
Cuentan en Clarín Gourmet que cuando Michelini llegó a Bahía Bustamente, cavó un pozo en la arena, analizó los componentes del suelo y hasta se metió un puñado de tierra en la boca: «Necesitaba ver si era demasiado salada, porque la viña no se lleva bien con la sal», explicó. Parece que no lo era y decidieron emprender el reto.
Teniendo en cuenta ese caso es atinado pensar que no habría impedimento para considerar la factibilidad de un proyecto similar en Monte Hermoso.
“No es algo que se pueda analizar de una forma unívoca para cualquier lugar. Todos los terruños tienen su complejidad y repercuten en las vides”, aporta Quindimil.
Según ella, una vez tomada la decisión de implantar la vid llevará de uno a tres años hacer el seguimiento de la adaptación de las plantas. Entonces ¿cuánto tiempo se necesitará hasta llegar al momento mágico del embotellado de la producción?
“La vid te da uva desde el año siguiente al de implantada. Lo que pasa es que depende también de otros factores. Habrá lugares donde la primera vendimia para embotellar se va a dar a los cinco años, en otros puede ser al cuarto, pero en términos generales, de uno a tres años”, explica.
“La uva atraviesa una fase inicial de adaptabilidad al suelo y al clima. Lo necesita. A partir de ahí, se hacen trabajos en el viñedo y se hace raleo. No se usa esa uva para vinificar. Eso puede ocurrir en el segundo año, algo, para ir probando cómo va. En general, después del cuarto año la uva estará lista para hacer una primera vinificación. Lo que no quiere decir que el vino te salga bien, depende de muchos factores”.
Para la sommelier bahiense, “el equipo enológico debe interpretar correctamente la adaptabilidad y la calidad de la uva en el lugar, que es siempre una sorpresa, sobre todo en zonas nuevas”. Concluye en afirmar que “el vino de calidad se obtiene a partir del quinto año; de uno a tres años lleva ver cómo se adapta a la planta; en el cuarto año haces una cosecha experimental, probás cómo va quedando el vino y, si está todo bien, en el quinto podés empezar a vinificar”. Desde su punto de vista, “para tener las mejores uvas para hacer buenos vinos hay que pensar en viñedos de 20 años en adelante, por eso siempre digo que hay que tenerle mucha paciencia a bodegas como Al Este (en Médanos) o Saldungaray, que tienen 15 años haciendo vinos, son ricos, pero la uva requiere un tiempo para poder expresar la adaptabilidad de la planta al lugar”.
Costa & Pampa
En sintonía con lo explicado, en una nota de El Cronista relatan lo ocurrido en el caso de la bodega costera de Trapiche: antes de plantar el viñedo, analizaron el clima de la zona, muy particular, diferente al de Cuyo, frío y húmedo, con una gran cantidad de agua por las lluvias y una baja amplitud térmica, lo que genera vinos frescos, con la acidez justa, gran complejidad aromática y buen volumen.
«El mar actúa como regulador de la temperatura. Los inviernos no son tan fríos como en Mendoza, pero sí hace más frío por más tiempo durante el año. Además tenemos viento, que es muy fuerte”, explica Ezequiel Ortego, enólogo de Costa & Pampa.
“Si la vitivinicultura argentina sigue creciendo y desarrollándose, contamos con un lugar para seguir poniendo viñedos y no estar limitados a Mendoza», afirmó Ortego.
Este año, el Costa & Pampa Albariño 2022 obtuvo 95 puntos en el Reporte Argentina elaborado por el prestigioso Master Wine británico Tim Atkin y se consagró como el “Mejor Albariño de Argentina”.
Ese varietal, oriundo de una región oceánica como Galicia, en España, es la estrella de la bodega, que está abierta al público y entre sus propuestas ofrece un recorrido que puede complementarse con una degustación de sus vinos emblemáticos y con un picnic con canasta, manta y picada bajo los árboles.