Tres historias de tres personas que no se conocen entre sí pero con un denominador común y un mismo fin.
“Por paz y tranquilidad”, “es un paraíso que siempre me gustó”, “lo elegí para mejorar mi calidad de vida”. Tres frases distintas, de tres personas que no se conocen entre sí pero que, casi en la misma época, tomaron una misma decisión: dejar Bahía Blanca para vivir en Monte Hermoso, según ellos en forma definitiva.
Son muchos los que cambiaron el ruido y la furia de la cada vez más “aporteñada” city bahiense por una ciudad, la nuestra, con otros atractivos y ciertos hábitos que modificaron, casi por obligación, las rutinas a las que estaban acostumbrados.
Es el caso de Arturo Marcelo Cañumil, Oscar Eduardo Jiménez y Andrea Evangelina Ortiz, tres bahienses “por adopción” que aclaran, con orgullo, que encontraron en Monte su lugar en el mundo.
Arturo nació en Trelew el 23 de febrero de 1958 y a los cinco meses se radicó en Bahía junto a su familia. Hoy es jubilado del área de Minoridad de la Provincia de Buenos Aires y desde el 1 de septiembre de 2013 tiene su propio hogar en la esquina de San Lorenzo y Tronador, a cuatro cuadras de la peatonal montermoseña.
“Al principio, cuando todavía trabajaba en el Instituto Valentín Vergara, viajaba todos los días ida y vuelta, hasta que en marzo de 2014 me jubilé y elegí Monte como mi guarida final. Acá estoy muy tranqui, vivo de diez y me entretengo jugando al fútbol, caminando por la playa y leyendo, una pasión que me atrapó desde que estoy en este lugar maravilloso”, sostuvo este “solterón” que dice ser “muy casero” y que encuentra en la soledad la mejor manera para ser feliz.
“Cuando venía a vacacionar siempre imaginaba lo mismo: lo que tenían que soportar los que residían acá en plena temporada alta de verano. Pero ahora que soy uno más dentro de esta hermosa vida de pueblo, no me afecta la visita del turista, al contrario, me alegra verlo disfrutar de lo mismo que disfruto yo pero durante todo el año. Hoy te digo con total seguridad: a Monte no lo cambio por nada”, calificó con énfásis.
“Es más, ya casi ni quiero agarrar la ruta para ir a Bahía. Voy una vez por mes, para hacer algún trámite o al supermercado, nada más. El que me quiera ver, que venga acá”, cerró Arturo entre risas.
Creativo y emprendedor
Oscar nació en Realicó (La Pampa) el 17 de agosto de 1961 y a los 22 años decidió irse a vivir a Bahía Blanca para progresar personal y laboralmente.
Dice tener poco tiempo libre y que en Monte, a donde llegó a mediados de 2014 con toda la intención de “plantar bandera”, siempre hay algo para hacer, en temporada alta y en los meses de invierno también.
Vinculado al rubro gastronómico, es el propietario del parador “La Vieja Monstro”, el que se encuentra pegado a la bajada de las lanchas de pesca, aunque nunca dejó de lado lo que mejor sabe hacer, ese oficio que aprendió de chiquito y en el que siempre se perfeccionó: herrería artística, estructural y de obra.
“Ahora estoy haciendo algo de lo mío, pero en la quinta donde resido (en el barrio Los Eucaliptos, ubicado 2 mil metros antes de la caminera estable, en el ingreso a nuestra ciudad) empecé a construir unas cabañas para alquilar”, admitió quien se encuentra –y convive– en pareja con la montermoseña Iris Pal y es padre de Matías Facundo, Natalia Soledad y Nicolás Gastón, todos profesionales y en actividad.
Aunque necesita ir a Bahía en busca de la materia prima para cubrir las demandas de cualquiera de los rubros a los que se ocupa, aclara: “Monte es donde quiero estar, es muy tranquilo, hacés vida de pueblo y cuando necesitás algo recibís la ayuda de los vecinos. Es una gran familia aunque no sean parientes tuyos.
“Durante la temporada alta trabajo 12 o 13 horas por día, de marzo en adelante pienso en mi y en los míos. Acá, si querés, tenés tiempo para todo, el celular no es una herramienta indispensable y en los ratos libres voy a pescar o entro al mar con la tabla para barrenar”, detalló el ex softbolista de Los Indios en la década del 1990.
“Amasó” la idea y cumplió el sueño
Andrea nació en Paraná (Entre Ríos) el 3 de octubre de 1968 y a los 4 años se trasladó a Bahía Blanca junto a su familia, aunque reconoce que siempre esperaba a que llegara la “época de calor” para gastar todos los días de vacaciones en Monte.
Es sincera y se adelanta a cualquier tipo de pregunta con un “siempre quise ir a vivir a Monte”, anhelo que cumplió en 2014 cuando su marido, el bahiense Gustavo González, instaló una vidriería (“Monte Cristales”) y una fábrica de aberturas de aluminio en la misma casa que ocupan hoy en la calle Santa Clara del Mar, la arteria principal del balneario Sauce Grande.
“Estamos justo enfrente de la Escuela Primaria Nº 3, a dos cuadras de la playa; fuimos unos de los primeros en construir y apostar por este barrio”, indicó Andrea, una de las precursoras de la Asociación Civil de Vecinos del Sauce.
“Elegí este lugar para tener una mejor calidad de vida, además de haber encontrado una veta comercial y de haber hecho amigos con los que nos vemos todos los días. El Sauce es sinónimo de paraíso, un mundo aparte; es donde te sentís libre con la naturaleza de testigo. Por más que se haya poblado demasiado, este sector no pierde su encanto”, sostuvo la “secretaria” de Gustavo pero también maestra panadera.
“Hago pizzas y empanadas para la venta, pero ahora poco porque el negocio nos lleva mucho tiempo”, agregó Andrea, casada “con papeles” con Gustavo, padres de Carolina (31 años), Juan Martín (28), Julián (24) y Juan Bautista (12).
Un crack Arturo, además de buena gente es un anfitrión de 10. Abrazo grande desde Cnel Suárez.