“Zatti es un enviado de Dios”, dice Ana María, la sobrina nieta de Artémides, declarado santo recientemente por el Papa Francisco.

El santo de la comarca que dedicó su vida a los pobres y a los enfermos, residió tres años en Bahía Blanca, donde fue mozo y empleado de una fábrica de baldosas antes de enamorarse de la obra de San Juan Don Bosco y de involucrarse de lleno en la comunidad salesiana. Una historia que sensibiliza las almas de la fe. Y contada desde adentro...

Ana María Zatti vida de don Zatti

Cuadros, fotos y estampitas de distinto tamaño y valor dispersadas por casi todo el departamento ubicado en el centro de Bahía Blanca. Un comedor vestido de blanco y mucha luz. Arriba de un sillón, un mini altar que ofrecía un primer plano -preponderante- de Artémides Zatti, el enfermero ítalo-argentino canonizado quince días atrás por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro, en Roma, luego de que el Vaticano confirmara un milagro atribuido a su intercesión.

El decorado era perfecto para escuchar una historia capaz de sensibilizar el poder de fe de aquel creyente, conocedor o no, de la vida de “Don” Zatti, el patrono de la ciudad de Viedma que descubrió el don de dar su vida por los pobres y los enfermos cuando se radicó en Bahía Blanca junto a sus padres y sus siete hermanos.

“De la familia que llevamos el mismo apellido nadie lo siguió, solo yo, pero porque él me eligió, eso lo tengo muy en claro. El me puso al limite en distintas situaciones, incluso hasta me tuve que replantear el hecho de seguir o no en esta vida, pero siempre me hizo salir adelante, por eso hoy digo con orgullo que soy su discípula”, aclara, de movida, Ana María, café de por medio y emocionada como cada vez que se sumerge en la historia del nuevo santo de la Patagonia.

Zatti en bicicleta, interpretado en un cortometraje que repasa la vida del santo

-¿Te hubiese gustado conocerlo en persona?

–Ufff. Yo tenía dos años cuando él falleció. Escuché a mis padres hablar mucho de él, que sus manos eran muy grandes, que era alto, robusto y que, por un problema de cadera, tenía un hombro más caído que el otro.

Zatti, que en la capital rionegrina enfocó su labor en «las casas humildes de las periferias», nació en Boretto (Regio Emilia, Italia) el 12 de octubre de 1880. Antes de cumplir los 17 años se mudó con su familia directa a Bahía Blanca, y el 15 de marzo de 1950, a las tres de la tarde, murió en el hospital San José de Viedma, ciudad donde desarrolló la carrera de enfermero, que lo acercó aún más a los necesitados a partir de su incorporación a la Congregación de Salesianos de Don Bosco.

“Te cuento como viene el árbol genealógico: mi bisabuelo Juan era hermano de Luis, papá de Artémides. Juan, que era placero en la plaza Rivadavia, convence a Luis y a su esposa Albina Vecchi para que se vengan a la Argentina con sus ocho hijos (don Zatti es el del medio), aunque cuando el barco llegó a Buenos Aires los hizo viajar sin escalas hacia Bahía Blanca, donde se afincaron definitivamente”, cuenta Ana María con lujos de detalles.

“La familia elige como lugar de residencia el conventillo de Lavalle 327, donde solían alojarse los inmigrantes en aquella época, sobre todo los que venían desde Italia”, comenta esta maestra de ciclo normal y profesora de psicología.

“El papá de don Zatti también era placero, aunque al tiempito acepta el cargo de portero en la Escuela 2, en Vieytes 51, edificio donde yo doy clases desde hace 37 años… ¿Qué coincidencia no? Además de fe, hay que creer en las señales”, declara esta mujer fortalecida por la misión que le encomendó Zatti, laico consagrado y coadjutor salesiano.

Era mejor no interrumpirla, la charla entraba en su mejor momento…

“Zatti vivió solo tres años en Bahía. Primero trabajó en una fonda, de mozo, pero no era su ambiente y a los pocos días decidió cambiar de rubro, consiguiendo que lo tomen como empleado en una fabrica de baldosas. Después de cumplir las ocho horas laborales, iba a la misa de la Iglesia Catedral, y es ahí donde conoce al padre Cavalli, un sacerdote salesiano que le da participación y le cuenta sobre la vida de Don Bosco, la que termina enamorando a Artémides”.

El relato, sin pausas, empezaba a ser rodeado por un aura especial.

“Se entusiasma tanto que, a los 20 años, le pide a sus padres hacerse cura. Viaja a Bernal (provincia de Buenos Aires), donde se encontraba el seminario para estudiar sacerdocio, junto a su mamá, pero al no tener entrenado el castellano y con un tano atravesado, a don Zatti se le hace casi imposible comunicarse con sus pares y superiores. Le costó horrores progresar, pero ese no fue el problema para que no pueda avanzar con la carrera que tanta pasión le despertaba”.

-¿Y cuál entonces?

-Fue víctima de la pandemia de la tuberculosis, enfermedad que, al no haber medicación, tenía como destino la muerte. Lo habían puesto al cuidado de un sacerdote tuberculoso y se contagió, y la pasó realmente mal. El día que tenía que tomar los primeros votos para su consagración, no se pudo levantar de la cama. Volaba de fiebre, tenía nauseas y despedía sangre.

“Los curas de la congregación deciden mandarlo a Junín de Los Andes, porque decían que un cambio de aire, y más si era de montaña, le podía fortalecer la salud. Lo suben al tren, pero Zatti, demacrado y desmejorado, llega a Bahía descompuesto y vomitando sangre”.

-Las crónicas de la época aseguran “al borde de la muerte”

-Sí. En la estación de Bahía, su mamá decide interrumpir el viaje y lo baja del tren, aunque el padre Cavalli es el que determina un cambio de rumbo, pidiendo que vaya más cerca, a Viedma, que ahí lo iban a estar esperando para una inmediata atención.

“Su madre se niega rotundamente, pero Zatti insiste: `si el Señor designó ese destino, ahí voy a ir, aunque tenga que morir al llegar´. Lo suben a una galera (furgón colocado sobre un carruaje de madera), cruza el río Colorado en balsa y llega a Viedma mucho más tarde de los previsto”.

-¿Por?

-Porque en el río se pierden, están dos noches a la deriva. Don Zatti no se murió porque los designios del Señor estaban marcados.

-Increíble.

-Pero real. Cuando llega a Viedma, lo recibe el padre Garrone, salesiano, director del hospital San José. A don Zatti, de 21 años, lo ponen en una habitación donde ya estaba un muchacho de 15 llamado Ceferino Namuncurá, ¿te suena?

-A quién no.

-Bien. Garrone invita a Zatti a arrodillarse frente a la imagen de la virgen María Auxiliadora, y a pedir con fe que, si se llegaba a curar, iba a dedicar su vida a los enfermos, humildes y desamparados. A los seis años se produce el milagro de la sanación, y a partir de ese momento su vida cambió para siempre.

-Y surge la famosa frase: «Creí, prometí, curé».

-Sí, fue el lema que lo distinguió hasta el día de su fallecimiento, que no hace más que explicar su inmersión en el mundo de la fe y el cuidado de los necesitados.

-¿Y Ceferino?

-Después de diez meses de compartir asilo con Zatti, lo mandan a Roma, donde muere a causa de la tuberculosis a los 19 años.

En bici y con chambergo

“Después de recuperarse de la enfermedad, de la que no le quedaron secuelas, Zatti se quedó viviendo en el hospital. Era un ser desmaterializado, era espíritu puro, un enviado del Señor. Dormía en un catre, aunque en realidad muy pocas veces lo usaba porque siempre encontraba a alguien que no tenía donde quedarse y lo invitaba a descansar en el lugar que él usaba como cama”, aclara Ana María.

“Era muy común que le pidan comida y un sitio para protegerse del frío, por eso él solía dormir en el piso, tapado con una manta o con su propia ropa. El, en la mirada de los humildes y de los enfermos veía a Jesús, por eso era imposible que no le de amparo y protección a los que más lo necesitaban”.

Según las crónicas referidas a su actividad, recorría en bicicleta los pueblos y localidades vecinas para llevar ayuda y medicamentos.

“En tres oportunidades le quisieron regalar un auto, pero dijo que no, que su bicicleta negra era la mejor herramienta para evangelizar donde más necesidades existían. Salía a pedalear a la madrugada, a curar enfermos, y lo hacia con lluvia, nieve o vientos que le daban vuelta el manubrio. No te olvides que manejaba con una mano porque en la otra llevaba colgado el rosario”, describió esta prosélita de Zatti, madre de Ezequiel (48 años) y María Guadalupe (40).

La canonización en Roma

“Cuando salía con su chambergo negro, era porque le iba a pedir ayuda económica a los ricos; él sabía quien podía ayudar a los pobres sin que pida nada a cambio, y a ellos les agradecía en las misas que se realizaban en la capilla del hospital”, agrega esta coqueta y jovial abuela, que le sube el volumen a su voz cuando se refiere a sus dos “hermosos” nietos: Josefina (12 años) y Dante (7).

“Zatti no tenía nada, solo se compró ropa cuando viajó a Italia para la canonización de Don Bosco. Usaba prendas de enfermos fallecidos y zurcía sus propios calcetines, con eso te digo todo”, remarcó.

En 1908 fue admitido a ingresar en la Congregación Salesiana como hermano coadjutor, donde se ocupó de la farmacia anexa al hospital, en ese momento la única de un pueblo con la pujanza necesaria como para convertirse en ciudad.

En ese año también emprendió el curso de farmacéutico en la facultad de Medicina de La Plata, y fue ahí donde obtuvo su «Credencial Profesional», emitida por la Secretaría de la Salud Pública con el número de matrícula de enfermero N° 07253.

Aunque recién a sus 67 años alcanzó la certificación oficial en la UNLP, después de haber estado más de medio siglo a disposición de los enfermos con una habilitación de 1917 que lo declaraba «Idóneo» en Farmacia.

“Muchos de sus remedios eran caseros. Si a alguien le dolía la garganta, le preparaba un vaso con agua y cal batida para que haga gárgaras. Según él era el mejor antídoto para las anginas”, desliza Ana María con una sonrisa cómplice.

“El 18 de febrero de 1911 hizo la profesión perpetua como salesiano laico y enseguida se puso a trabajar con los enfermos, primero distribuyendo las medicinas, y luego en la gestión de todo el hospital de Viedma», lo recuerda el Vaticano en la biografía oficial.

“Fue un ser de luz, dio su vida por los enfermos y los humildes”, indica la entrevistada antes de reconocer que Artémides asume el cargo de Director General del nosocomio cuando muere el padre Garrone, en 1911, “aunque seguía limpiando los pisos, lavando la ropa y tendiendo las camas, porque él era todo terreno cuando había que ser servicial con los demás”.

Su pasión por el trabajo en la Patagonia lo llevó a Zatti a obtener la ciudadanía argentina en 1914.

Enseguida, esta historiadora de lujo contó algunas perlitas que no fueron publicadas en las semblanzas de un Santo que fue definido como “un ejemplo vivo de gratitud” por el Papa Francisco.

“En la sala de operaciones, Zatti colaboraba con los médicos con el rosario colgado en uno de sus brazos. Varios especialistas llegaron a decir `este hombre sabe más que nosotros, que somos los que estudiamos para esto´. Incluso, un facultativo no creyente, llegó a asegurar `en el quirófano, si está Zatti, puedo comprobar la presencia de Dios´. Muy fuerte”.

Había otra más: “La medicina para Zatti era un motivo de felicidad. Era un ser humano alegre, que irradiaba buenas vibras y que le ponía onda a todo. Le daba ánimo a los enfermos terminales y contaba chistes por los pasillos. Arrancaba a las 4 de la mañana, oraba, desayunaba y cuando llegaba a la sala de sus pacientes, gritaba: `Buenos días, ¿todos respiran?, el que no respira que levante la mano y avise´. Su amor era inmenso”.

-¿Es cierto que estuvo preso?

-Sí. Llevaron a un preso a curarse al hospital, a que lo atienda Zatti, pero en un descuido el reo escapó. La policía le echó la culpa a Artémides y se lo llevaron detenido. Camino a la comisaría de Viedma, iba rezando el rosario por la calle, mientras la gente salía de sus casas a pedir por su liberación. Más allá de que comprobaron que él no había sido el responsable de la fuga, la presión de la gente fue determinante para que lo dejen en libertad.

“No podían meter preso a Zatti, por nada del mundo. Era tanta la adoración de su gente que, cuando murió, decretaron tres días de duelo en toda la comarca”.

Se entregó al Señor

Zatti nunca llegó a ser sacerdote, ni siquiera pudo tomar los votos, pero a partir de esas primeras charlas con el padre Cavalli, en Bahía Blanca, fue aceptado como un salesiano más.

Zatti, desde su rol de director, amplió el centro de salud hasta transformarlo en el primer hospital regional de la Patagonia argentina.

En 1950, tras cuarenta años de vida consagrada al servicio de los enfermos de la zona de Viedma y Carmen de Patagones, limpiando los techos del hospital se cae de una escalera y es obligado al reposo. El golpe es el principal responsable para que su salud se comience a deteriorar, y esos malestares que tanto le preocupaban despiertan un cáncer de páncreas prácticamente fulminante.

Tras un año de sufrimiento y de dolores insoportables, muere el 15 de marzo de 1950, a siete meses de cumplir los 70.

“El siempre supo lo que tenía, aunque no se quejaba y no se lo comentaba a nadie. Sin embargo, se iba poniendo amarillo y muchos le preguntaban qué le pasaba. El respondía: `hijo mío, los limones son verdes, pero cuando maduran se ponen amarillos, y cuando llegan a la madurez total, se empiezan a caer de la planta. Estaba hablando de su propia muerte… ¡Dios, me agarra escalofríos!”, sostiene Ana María, actual docente de la Escuela de Educación Media Nº 6, especializada en psicología y filosofía, egresada del Instituto Juan XXIII.

“El firmó su certificado de defunción, puso la fecha, pero no la hora, aunque muere a las 3 de la tarde. No hizo ningún tratamiento para frenar la enfermedad, se entregó a Dios cumpliendo con sus tareas cotidianas y brindando servicio para el bien de los demás”, señaló quien, además, permaneció casi cuatro décadas al frente del gabinete de psicología de la provincia de Buenos Aires.

“Una vez le preguntaron si le tenía miedo a la muerte, y él respondió: `hijo mío, me preparé 70 años para morir, creo que ya tengo la experiencia suficiente´. Solo un ser convencido de su amor por Dios podía contestar de esa manera”, acotó.

“Murió siguiendo los pasos de Don Bosco, amando a los demás, a los jóvenes, pero dando su vida por los pobres y los enfermos. Tuvo una fe inquebrantable, una comunión con Dios increíble…”, sostuvo Ana María mientras de sus ojos caían las primeras lágrimas.

Zatti, declarado venerable en 1986 y beato por Juan Pablo II en 2022, fue canonizado luego de que se reconociera el milagro logrado a través de su intercesión en la curación de un hombre que sanó de una «septicemia general, complicada con lesión hemorrágica voluminosa», en agosto de 2016.

El milagro, sin explicación médica según el informe del tribunal canónico que lo aprobó, se dio con la curación repentina del paciente que ya había sido trasladado a su domicilio para pasar sus últimas horas, junto a sus familiares luego de estar internado más de diez días por una hemorragia cerebral.

Según la Santa Sede, el rezo a Zatti por parte de dos sacerdotes salesianos, uno de ellos hermano del paciente, derivó en el milagro por el que el «enfermero de los pobres» fue declarado santo.
Años después, el propio Francisco se mostró «impresionado» por su vida dedicada a los pacientes patagónicos más necesitados.

“Ese enfermo declarado terminal (en 1980) era Carlos Bossio, internado en el hospital que hoy lleva el nombre de Privado del Sur, en Bahía Blanca, con una infección (en todo el cuerpo) incurable. Dos sacerdotes comienzan con el rezo de la novena (plegaria católica que se hace durante 9 días o 9 horas), y cuando ya estaban cerca del final, Bossio se sentó en la cama y pidió de comer. El milagro había ocurrido”.

-Sin palabras, y sin aliento…

-Por ese hecho son convocados los médicos del hospital, para dar testimonio, porque son ellos los que aseguran que la ciencia no había tenido nada que ver en la sanación, por lo que la Santa Sede, en el Vaticano, comprueba el milagro, declarando Santo a Zatti 72 años después de su desaparición física.

“Fijate lo que son las señales del Señor, esto no lo vas a poder creer. En 2006 fui invitada a Rosario para la creación de la Pastoral de la Salud Artémides Zatti, un grupo de oración compuesto por personas de distintas edades. Me hicieron algunas entrevistas, visité distintas radios y, al día siguiente de mi arribo, me llevaron a la parroquia para conocer al cura que adoctrinaba a la comunidad en cuestión. Casi me muero cuando me presentaron a Carlos Bossio, el del milagro”, resaltó Ana María.

-¿Y cómo reaccionaste?

-Estallé en llanto. El cumplía 50 años, y me invitó a la cena que había organizado en su casa; no lo podía creer. Cuando me calmé le dije: ”Zatti fue beato gracias a vos, y el sonriendo me devolvió un `yo me salvé gracias a Zatti´. ¿No te parece demasiada coincidencia?

-Si.

-Ese encuentro me marcó para siempre. Las señales son tan reales como la existencia de Zatti en la vida misma.

Bendecido por el Papa

Antes de ser proclamado Santo, el papa Francisco nombró como “Obra de Zatti” a todo lo que hizo este enfermero salesiano en su Viedma adoptiva. Además de un monumento en la esquina de Guido y Rivadavia, desde 1975 el hospital Regional viedmense lleva su nombre.

«En esa pequeña porción de tierra de la Patagonia donde transcurrió la vida de nuestro beato, volvió a escribirse una página del Evangelio: el Buen Samaritano encontró en él un corazón, unas manos y una pasión, principalmente para los pequeños, los pobres, los pecadores y los últimos», destacó el Sumo Pontífice, Jorge Bergoglio.

Zatti se convertió en el tercer Santo «argentino», tras Héctor Valdivieso, quien desempeñó su sacerdocio en la ciudad de Buenos Aires y fue canonizado en 1999 tras ser asesinado en la Revolución de Asturias de 1934, y luego de José Gabriel Brochero, el «cura gaucho» canonizado por Jorge Bergoglio en 2016.

“Zatti creyó en Dios, prometió que iba a dedicar su vida a los enfermos y humildes y cumplió”, frase que Ana María tomó como propia para iniciar su camino de evangelización en representación de su tío abuelo, como ella quiere que se reconozca.

“En 2002 atravesé por una situación límite y encomendé mi vida a él. Era el único que me podía salvar, le recé tanto que por momentos eramos una misma cosa, sentía que me miraba, que me escuchaba atentamente. Le pedí con tanta fe que me concedió el milagro, por eso prometí que iba a evangelizar contando su historia, que lo iba a hacer conocer cuando muy pocos sabían de él. Empecé a dar charlas, a repartir folletos y estampitas, a hacer un trabajo de hormiga, que está dando los frutos porque en distintas partes de nuestro país ya se hicieron devotos de Zatti”, indica con orgullo.

“Una vez que me convertí en su discipula, empecé a pedir: `Señor, no me hagas partir de este mundo sin verlo Santo´. Cuando en semana santa el Papa Francisco anunció que lo iba a santificar, estuve horas y días sin poder contener la emoción. Ahora ya puedo morir feliz”.

Ana María le pidió a sus hijos que, una vez que se vaya de este mundo, su cuerpo sea cremado y las cenizas descansen junto a las de Zatti, en la capilla del Colegio Don Bosco.

“Mi nieta Josefina, que ahora tiene 12 años, aprendió a caminar yendo y viniendo al altar de Zatti que tengo en el living. Le daba besos a la foto y la primera palabra que pronunció cuando se largó a hablar fue `Atti´, por Don Zatti. Desde chica va a Infancia salesiana, donde hay tres grupos. ¿Cuál le tocó? Ni Ceferino ni Laura Vicuña, la pusieron en Zatti. Nada es casual”, rememoró.

“El que no crea en Dios que venga a hablar conmigo. Lo que pasa es que hay que escucharlo, la gente vive a mil y no se da cuenta que el Señor se manifiesta constantemente”, deslizó antes de contar que “los que reciben la estampita de Zatti, lloran, tiemblan o empiezan a bostezar, es increíble pero es así. Cuestión de fe. Es como que el Espíritu Santo desciende y entra en vos. Yo soy instrumento, no busco a nadie, muchos vienen a mi; sé que Dios me va a poner en el lugar donde me puedan llegar a necesitar”.

Los restos de Zatti, en realidad las cenizas, descansan en la Capilla del Colegio Don Bosco de Viedma y pueden ser visitados todos los días fuera de los horarios de misa.

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